El último Informe sobre la Brecha de Emisiones 2024 del Programa para el Medioambiente de la ONU (UNEP), publicado el 24 de octubre, subraya que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero deben reducirse un 42% para 2030 y un 57% para 2035 para mantener el calentamiento global dentro del objetivo de 1,5 °C del Acuerdo de París.
Si no se toman medidas urgentes, las temperaturas podrían aumentar entre 2,6 °C y 3,1 °C a finales de siglo, lo que tendría graves consecuencias para los ecosistemas, la salud humana y las economías. Antes de la COP29 en Azerbaiyán, el PNUMA hace un llamamiento a una respuesta mundial sin precedentes para alcanzar estos objetivos, destacando el potencial de las energías renovables, la eficiencia energética y la conservación de los bosques.
Lograr las reducciones necesarias requerirá inversiones anuales sustanciales, y se insta al G20 -responsable del 77% de las emisiones- a liderar la acción climática. El informe también aboga por unas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (CDN) sólidas y transparentes, junto con el apoyo internacional para ayudar a los países en desarrollo a cumplir sus objetivos de emisiones.
Figura 1. Emisiones totales de gases de efecto invernadero en 2023.
El informe reconoce que, aunque la magnitud del reto es indiscutible, existen abundantes oportunidades para acelerar las medidas de mitigación y satisfacer las apremiantes necesidades de desarrollo y los Objetivos de Desarrollo Sostenible:
Los avances tecnológicos, especialmente en energía eólica y solar, siguen superando las expectativas, reduciendo los costes de implantación e impulsando su expansión en el mercado. La evaluación actualizada de los potenciales sectoriales de reducción de emisiones incluida en el informe de este año muestra que el potencial tecnoeconómico de reducción de emisiones basado en las tecnologías existentes y a costes inferiores a 200 dólares por tonelada equivalente de dióxido de carbono (tCO2e) sigue siendo suficiente para salvar la brecha de emisiones en 2030 y 2035. Pero para ello será necesario superar formidables barreras políticas, de gobernanza, institucionales y técnicas, así como un aumento sin precedentes del apoyo prestado a los países en desarrollo, junto con un rediseño de la arquitectura financiera internacional.